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COLECCIONISTAS DE MONEDAS

El sólido romano: La moneda franca del primer milenio

Actualizado 19 Abr, 2023 •reading-time 6-8'
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Curiosamente, mientras algunas monedas pasan desapercibidas, otras trascienden más allá de las fronteras donde fueron acuñadas. En ocasiones anteriores hemos hablado de monedas muy populares, tales como el tálero centroeuropeo o el dólar español: buenos ejemplos de cómo funcionaban las divisas de comercio internacional en la Edad Moderna. Hoy, sin embargo, daremos un salto de 1.000 años más para hablar de este fenómeno en la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media.

Y es que en esos tiempos en los que Europa Occidental se empezaba a definir como la conocemos hoy, el Imperio Romano Oriental acuñaba el sólido; una moneda de extraordinaria pureza y peso justo que no sólo ayudó a resolver su debacle económica en el siglo IV, sino que perduró sin cambios por más de 700 años siendo usada dentro y fuera de Romania.

Del aureus al solidus

Antes de aparecer el sólido, el áureo era la moneda de oro por excelencia de la Antigua Roma. Acuñada desde tiempos de Sila, sería Julio César quien estandarizaría su peso con relación a la libra (el áureo era 1/40 parte de la libra, u 8,18 gramos de oro puro; medía entre 20 y 22 milímetros), pero mandatarios posteriores la reducirían hasta casi la mitad de su contenido original (4,55 gramos). En paralelo, su relación con el denario -el principal numisma de plata- se vería afectada por la depreciación de este último con el transcurso de los años, pasando la equivalencia de 1:25 en tiempos de César, a 1:4.350 en tiempos de Constantino I.

Áureo de Trajano
Áureo de Trajano (r. 98-117). Fuente: MA Shops

Para solventar la debacle monetaria, Diocleciano estableció un sistema de acuñación trimetálico que contemplaba, a contar del año 301, la producción de un primer sólido de oro puro (el sólido era 1/60 parte de la libra, o 5,5 gramos; medía entre 20 y 22 milímetros), además de otras monedas en plata y cobre. No obstante, este sólido no fue producido en grandes cantidades por lo que su impacto en el circulante resultó mínimo.

Correspondería a Constantino I desmonetizar el antiguo áureo e implementar masiva y exitosamente el segundo sólido a contar del año 312. Esta nueva moneda de oro puro también medía entre 20 y 22 milímetros, pero equivalía a 1/72 parte de la libra o 4,55 gramos que, además, representaban 24 “siliqua” (en latín) o “kerátion” (en griego); esta unidad de masa pasaría al árabe como “quirat” y al castellano como “quilate”, pero sería la reputada pureza de los sólidos la que luego ocasionaría su transición a medida de ley del metal.

Sólido de Constantino I
Sólido de Constantino I “el Grande” (r. 306-337). Fuente: The History Blog

La historia de Roma tras Constantino I es bien sabida: el primer augustus cristiano funda Constantinopla y la hace capital del imperio; además promulga un edicto de tolerancia religiosa. Posteriormente, Teodosio I haría del cristianismo la religión oficial de todo el vasto territorio que, a su muerte, dividiría en mitades que entregaría a sus hijos, las cuales debían convivir armónicamente. De éstas, occidente caería en el año 476, pero oriente superaría por casi mil años a su hermana.

En el plano numismático los estados no tendrían diferencias, por lo que podríamos ver sólidos del mismo estilo tanto en Britania e Hispania (provincias occidentales) como en Siria o Egipto (provincias orientales); incluso, tras la caída de occidente algunos reinos sucesores (como el franco o el ostrogodo) acuñarían sólidos de imitación a nombre del emperador oriental, por lo menos hasta el siglo VIII.

No obstante, oriente haría su propia historia monetaria, especialmente en la medida en que Romania configuraba su nueva identidad “bizantina” mientras más se adentraba en la Edad Media.

Un solidus que también es nomisma e histamenon

El Imperio Romano de Oriente se fue transformando poco a poco en una entidad notablemente helénica, lo cual quedaría patente con la adopción del griego como lengua oficial en el siglo VII. Los cambios, evidentemente, se manifestaron en el arte y sus distintas expresiones, entre las que no podía faltar la numismática.

 Sólido de Teodosio II
Sólido de Teodosio II (r. 408-450), que muestra el progresivo abandono de los diseños romanos. Fuente: VCoins

Las monedas del primer período abandonaron la tradición tardorromana, pues el emperador se mostraba en el anverso ya no tanto de perfil sino a tres cuartos, cada vez con menor detalle, hasta pasar a una representación frontal más esquemática y cargada de elementos cristianos a partir del reinado de Justiniano I (527-565); en el reverso, por su parte, los símbolos antiguos se vieron progresivamente desplazados por cruces, ángeles y alegorías portando emblemas ortodoxos.

Sólido de Justiniano I
Sólido de Justiniano I (r. 527-565), donde puede verse ya un estilo completamente distinto al romano. Fuente: Baldwin’s

En tiempos de Focas (r. 602-610) los retratos volverían a personalizarse, pero no al nivel de calidad que mostraban las monedas del Imperio Romano clásico; y a contar del mandato de Heraclio I (r. 610-641) los familiares del basileos podían aparecer junto a éste o por separado, tanto en el anverso como en el reverso del sólido, especialmente si estaban involucrados en la sucesión. Sus representaciones podían ser de busto o cuerpo completo.

Sólido de Heraclio y sus hijos
Nomisma de Heraclio I (r. 610-641), quien aparece retratado a cuerpo completo junto a sus hijos y sucesores: Constantino III y Heraclio II. Fuente: Wikimedia Commons

Un gran cambio ocurriría durante el primer reinado de Justiniano II (685-695), quien pasaría a representar a Cristo en el anverso de sus piezas, y su retrato frontal en el reverso. Este motivo se popularizaría sobre todo después del segundo período iconoclasta (814-842), pues dicha filosofía era contraria a la representación de Jesús y otros personajes religiosos en cualquier formato, pues la consideraba objeto de idolatría; además, y en línea con la doctrina, los retratos imperiales volverían a simplificarse.

La iconoclasia fue más que una lucha de ideas: conllevó a un enfrentamiento entre la población y la autoridad, que intentó imponer su posición por la fuerza, pero al final terminó restableciéndose la veneración de los iconos. Los emperadores posteriores no sólo volverían a colocar la imagen de Cristo en la moneda, sino también la de María y los santos de distintas formas (entronizados, bendiciendo, coronando a los mandatarios, etc.); algunos soberanos, incluso, volverían a retratarse de manera más cercana a la realidad, pero a partir de entonces eso sería la excepción y no la norma en la iconografía monetaria romana.

Nomisma de Constantino VII y Romano II
Nomisma de Constantino VII y Romano II (r. 945-959), que ostenta a Cristo en su anverso y a los coemperadores (padre e hijo) en el reverso. Fuente: CoinArchives

Otro cambio que ocurriría sería el completo paso de las inscripciones latinas a griegas a principios del siglo IX: algo natural considerando que Romania había dejado de emplear oficialmente el latín dos siglos antes y sus territorios eran culturalmente helénicos desde la Antigüedad. El sólido, de hecho, era conocido como nomisma (moneda) desde sus orígenes, siendo este término, además, la raíz de la palabra “numismática”.

Durante el reinado de Nicéforo II (963-969) se introdujo una nueva moneda de oro: el tetarteron nomisma (moneda de un cuarto), idéntica en todo excepto en peso al sólido original, que pasó a conocerse como histamenon nomisma (moneda estándar). Los nombres no impedían la confusión entre ambas monedas, pues la nueva pesaba 4,05 gramos mientras la antigua mantenía sus 4,55; que ambas fueran del mismo diámetro (20 milímetros) e iconografía no ayudaba a distinguirlas.

Sería Basilio II (r. 976-1025) quien diferenciaría los nomismata al ordenar que la acuñación del tetarteron fuera más gruesa y con menor diámetro (18 milímetros), y la del histamenon más plana y con mayor módulo (25 milímetros). Constantino IX (r. 1042-1055) iría más allá al convertir el histamenon en un escifato, es decir, una moneda curva en la que Cristo quedaría del lado convexo y el basileos del lado cóncavo.

Histamenon escifato de Constantino IX
Histamenon de Constantino IX acuñado como un escifato, es decir, como una moneda curva. Fuente: Vilmar Numismatics

Sin embargo, llegados a este punto de la historia, el Imperio Romano Oriental ya comenzaba su declive, especialmente por la presión de los turcos en Anatolia. A partir del siglo XI los emperadores reducirían poco a poco el contenido de oro en sus monedas: Miguel IV (r. 1034-1041) llevaría el nomisma a 950 milésimas, Constantino IX a 875, Constantino X (r. 1059-1067) a 750, Romano IV (r. 1068-1071) a 667, y luego de la desastrosa Batalla de Manzikert (26 de agosto de 1071) todo iría de mal en peor.

Los últimos tres basileis en acuñar el histamenon serían Miguel VII (r. 1071-1078), quien lo reduciría a 580 milésimas, Nicéforo III (r. 1078-1081), quien lo bajaría a 330, y Alejo I (r. 1081-1118), con quien el contenido de oro desaparecería completamente. Aquí resulta curioso mencionar que las monedas de los dos emperadores Miguel (IV y VII) recibieron los nombres de miguelaton por su fabricante, y porque representaron hitos en la desvalorización del sólido (la primera devaluación y la última con ley aceptable). Cabe destacar que los miguelaton de finales del siglo XI serían muy populares en el sur de Italia debido a su práctica equivalencia al tarì siciliano.

Miguelaton de Miguel VII
Histamenon de Miguel VII, conocido popularmente como miguelaton. Fuente: CoinArchives

La historia del sólido romano finalizaría con Alejo I quien, atendiendo la necesidad de reformar el circulante imperial, desmonetiza tanto el tetarteron como el histamenon de “oro” y los reemplaza con el hyperpyron nomisma (moneda extrapura), de imaginería similar pero 4,45 gramos de peso y 854 milésimas de ley; tanto el tetarteron como el histamenon se convertirían en monedas fraccionarias de cobre y vellón a partir de entonces.

Hyperpyron de Alejo I Comneno
Hyperpyron de Alejo I, la moneda sucesora del sólido romano. Fuente: Coin Update

Este cambio, y en líneas generales la gestión de Alejo I, dieron un nuevo aire a la economía bizantina, que hizo posible recuperar un ejército, armada y opulencia como las de antaño; no obstante, los días de Romania estaban contados y tanto su moneda de oro como el estado se fueron reduciendo progresivamente en los siguientes siglos, hasta desaparecer respectivamente hacia 1350 y en 1453.

El legado del dólar medieval

Durante sus siete siglos de fabricación, el sólido dejó un legado que va más allá de las palabras “sueldo” y “soldado”: claras referencias a cómo recibían su pago los integrantes del ejército imperial. Y es que esta pieza de oro extremadamente pura y estrictamente controlada fue moneda de referencia para todos los territorios que estuvieron bajo dominación romana -tanto occidental como oriental- mientras estuvo vigente.

Fabricado mayormente en Constantinopla -pero no limitado a esta ceca, especialmente mientras el poderío romano abarcaba todo el Mediterráneo-, el sólido circuló dentro y fuera de Romania, llegando a sitios tan diferentes y lejanos como Europa Occidental y Central, Escandinavia, Rusia, Georgia, Persia, India, Sri Lanka o el Califato Omeya. En este último, de hecho, sirvió de inspiración directa para la creación del dinar.

En lo que respecta a Occidente durante el medioevo, los nacientes reinos no acuñaron oro hasta el siglo XIII. Antes de eso, el nomisma sirvió como moneda franca para el comercio internacional pues tenían acceso a éste en pequeñas cantidades que complementaban con dinares musulmanes. Siendo conocido como “besante” (derivado de Bizancio, el antiguo nombre de Constantinopla), el histamenon -y luego el hyperpyron- fue valorado al punto de convertirse en un elemento heráldico, especialmente en tiempo de las cruzadas.

En conclusión, no hay duda de la importancia que tuvo el sólido para el mundo medieval -al menos entre los siglos IV y XI de la era cristiana-, hasta el punto de que algunos historiadores lo consideran un verdadero dólar de su época.

Referencias

  • Cartwright, Mark (2017). Byzantine Coinage. World History Encyclopedia. Referencia.
  • Grierson, Philip (1999). Byzantine Coinage. Washington, Estados Unidos: Dumbarton Oaks.
  • Pina, Manuel (2006). Introducción a la Numismática Bizantina. [Página web en línea]. Referencia.
  • Stolyarik, Elena (S/F). The Changing Iconography of Byzantine Gold Coinage. Pocket Change Blog. Referencia.

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