El retrato imperial romano ha sido estudiado en numerosas ocasiones, bien con fines simplemente clasificatorios en instituciones de investigación o bien con fines artísticos. Es innegable la importancia de los patrones y estilos para la correcta clasificación de las monedas, sin embargo, lo es también para el reconocimiento de los perfiles de la mayor parte de los emperadores puesto que cada uno presenta unas características propias que nos ayudan a no confundirlos unos con otros.
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La imagen del gobernante: todo un símbolo de poder
Antes de sumergirnos en profundidad en datos formales no debemos olvidar la importantísima finalidad, o una de ellas, del retrato imperial: mostrar la imagen de quien gobierna es una forma de acercarlo al pueblo y, por tanto, facilitar la obediencia. La identidad de quien gobierna, su rostro, el conocimiento de su existencia de una forma más tangible es fundamental para mantener un orden y evitar, en la medida de lo posible, la desobediencia que ocasionaría entre los ciudadanos el deber de obedecer a alguien de quien solamente conocen un nombre.
La representación de la imagen de los gobernantes siempre ha sido utilizada como un arma propagandística de primer orden.
De hecho, durante la República prácticamente no se incluyen retratos de políticos vivos – en la línea de ese rechazo por el culto individual y la importancia del Senado como órgano para tomar decisiones comunes – hasta épocas tardías con la dictadura de Julio César.
El retrato del emperador, una forma de legitimarse en el poder
Tras las acuñaciones en época del triunvirato y de Julio César, como hemos mencionado, aparecen más monedas que representan al tiempo el retrato del emperador.
Sería Octavio quien inaugura la famosa etapa imperial en Roma durante la que el poder radica en la figura del emperador (27 a. C. – 476 d. C.). Eso sí, la mayoría de las acuñaciones seguirán unas reglas más o menos sólidas que se irán modificando según las circunstancias de cada periodo. No debemos olvidar que las monedas son un elemento del gobierno y que, como tal, está sujeto a cumplir unos estándares respecto a su peso y metal. Pero no solo esto, sino también unos estándares propagandísticos.
Las coronas como distintivo de rango y victorias
Lo habitual es que los retratos se representen de perfil, más normalmente mirando hacia el lado derecho, básicamente por la facilidad que esto ofrece a la ejecución y siendo este el motivo por el que, tras un periodo de alternancia en el que se combinan tanto los perfiles a la derecha como a la izquierda, son los primeros los que se acaben imponiendo. Una imagen frontal resulta mucho más compleja, pese a encontrar algunos ejemplos de ellas durante el s. III sobre todo y s. V.
Otro elemento de gran importancia es la corona. La laurea o corona de laurel se suele asociar a generales que regresan victoriosos. Se trata de ramas de laurel unidas por una cinta y con los extremos colgando. Esta es la imagen más popular de los emperadores romanos.
Otro tocado muy extendido es la corona radiada, imitando a los rayos del Sol, más típica en líneas generales de los emperadores ya fallecidos y divinizados hasta finales del s. I.
Mas tarde, la corona radial pasaría a ser uno de los distintivos del dupondio, pero no durante el s. I y, sobre todo, hasta Nerón.
Si bien es cierto que parecen rasgos estéticos de escasa importancia, se trata de elementos de gran valor que ayudan a la identificación sencilla de muchas de las piezas, si se tiene conocimiento de las características distintivas de cada época y cada tipo de acuñación. No es lo mismo una cabeza radiada en un denario del año 30 que en un dupondio. Del mismo modo que no es lo mismo una cabeza desnuda en un as, que en un sestercio en el que es casi imposible encontrarlas.
Lo mismo ocurre con la corona de encina, bastante menos conocida por el público, y que será distintiva de una etapa comprendida principalmente entre los reinados de Augusto y Galba. O la corona de espigas, utilizada por Adriano y, en contadísimas ocasiones, por Galieno. Las coronas son incluso distintivos de rango, hallándose otras tipologías que permiten reconocer al instante que el representado no es el emperador.
No menos importante es el tamaño de los bustos y el estilo de la representación. Esta cuestión depende más bien de las modas que imperan en el momento de la acuñación, esto es, con mayor o menor porción de cuello o con unas ropas u otras. La evolución del estilo depende en gran medida del gusto del emperador también, siendo distintas las representaciones que muestren apariencia militar, o bien, apariencia civil. Sin duda lo más interesante en este punto es la representación del rostro, también influenciado por la imagen que se desea transmitir y cuya importancia radica en que los súbditos pudiesen reconocerlo en cualquier parte del Imperio. La evolución del rostro de Nerón, por ejemplo, es muy elocuente.
En resumen, está claro que la base se cumplió en cada época, siendo esta sin duda la de informar al ciudadano. La intención era mostrar al emperador con bastante realismo de modo que cualquiera pudiera reconocer su efigie, como hemos mencionado, añadiendo a esto las modas o las dignidades que, muchas veces, escogían los emperadores mostrar por encima de otras. Veremos ahora algunos ejemplos concretos más significativos en la etapa imperial.
La representación del emperador según las dinastías
Presentamos aquí una línea temporal para que quede más clara la cronología de los emperadores sobre los que vamos a tratar, y los que saltaremos por ser ejemplos menos singulares.
La Dinastía Julio-Claudia (Augusto-Nerón)
El retrato imperial se expandió con Augusto sin alterarse en gran medida y manteniendo rasgos idealizados como característica principal. Ya hemos visto algunas de sus acuñaciones que no muestran rasgos personalizados sino, más bien, rectos y perfeccionados. Estilísticamente la representación se adecua a un estilo heroico, muy limpio y con un aspecto que recordaría a los dioses griegos. Con Tiberio se alcanza la perfección de la técnica y de la representación y, en tiempos de Calígula y Claudio y, sobre todo hasta fines del s. I, no veremos de nuevo retratos de rostros idealizados.
El momento del reinado de Nerón es decisivo en cuanto a la representación natural y – muy importante – psicológica. En este momento el retrato evoluciona cualitativamente en gran manera, siendo evidente el cambio que se constata desde el año 54. Hasta el 64, en su juventud, aparece siempre como un joven, a veces casi un niño, de rasgos delicados e inocentes. Este hecho cambia en sus años posteriores, donde aparece ya como un hombre adulto de rasgos toscos y gruesos que poco a poco conducen al retrato imperial a una de sus mejores épocas.
Año de los cuatro emperadores y dinastía Flavia (Galba-Domiciano)
Los retratos imperiales a partir de Galba hablan de la propaganda que se quería transmitir tras los oscuros y caóticos tiempos de Nerón, una propaganda basada en la regeneración política e imperial. En este sentido, los retratos de Galba introducen un estilo sin adornos y sin grandes atributos con la única intención de mostrar un retrato sencillo y, sobre todo, original.
Este hecho será el que marque el aspecto principal de la dinastía Flavia.
Dinastía Antonina (Nerva-Cómodo)
Con Nerva, el realismo llega a su máxima expresión, imponiendo la realidad de su vejez con una contundencia hasta ese momento inusual.
Más adelante, el retrato empieza a fijarse de un modo algo más pobre, siempre con mucho realismo pero casi como resultado de copias de otras imágenes, siendo los retratos de Cómodo los únicos con alguna inclusión novedosa como es el empeño en que los ciudadanos le vean como Hércules.
Dinastía Severa (Pertinax-Alejandro Severo)
Durante estos años asistimos a una pobreza de los retratos imperiales, combinada a veces con retratos excepcionales de algunas esposas, pero sobre todo una decadencia del taller de Roma debida principalmente a gastos públicos desmesurados y una devaluación y disminución del peso de la moneda considerables.
Estas representaciones más pobres, influenciadas por la economía del momento, reciben un nuevo impulso por parte de Caracalla, por el único motivo que destacar su propia figura y su interés en aparecer magnificado. En sus monedas los rasgos aparecen engrandecidos, mostrando muy llamativamente las coronas y las corazas, aparte de unos rasgos fuertes como dignidad imperial. Es en esta época en la que aparece la corona radiada de nuevo y deja de ser patrimonio exclusivo de los emperadores divinizados tras su muerte, como había sido el caso de Augusto.
Año de los seis emperadores y dinastía Gordiana (Maximino el Tracio-Gordiano III)
La brevedad de los reinados implica que no haya grandes diferencias en los retratos acuñados, que siguen bastante realismo y una fidelidad muy evidente. Se trata en general de una época sin grandes variantes y siguiendo una línea ya acuñada por emperadores anteriores.
Emperadores del tercer siglo y de la Tetrarquía (Felipe el Árabe-Majencio)
En esta época de años convulsos, se trata básicamente de hacer aparecer al emperador con sus rasgos bien definidos y marcados sin privarse de ensalzar a la familia imperial, llegando a un aspecto noble y firme en época de Aureliano para dignificar al emperador, hecho muy necesario en estos tiempos. Es una época convulsa y, en algunos periodos, hay algunos tipos de monedas que ni siquiera se acuñan como, por ejemplo, en tiempos de Tácito.
La reforma de 293 pone en funcionamiento una nueva forma de representación donde aparecen cabezas en lugar de bustos, ya no aparecen corazas y destacando, sobre todo un relieve excelente, bien modelado y expresivo.
Dinastía Constantiniana, Valentiniana y Teodosiana (Constancio Cloro-Valentiniano III), la separación del imperio
En esta época es Constantino I quien introduce novedades de bastante peso en la representación, presentando la dignidad imperial mediante los atributos del poder militar, esto es, la coraza, la lanza, etc. e introduciendo un halo de majestad que se había perdido desde los tiempos de Augusto.
Hay pocas variaciones durante los emperadores sucesivos y la dinastía Valentiniana y, sobre todo, pocas características propias en los periodos sucesivos, marcados por la inestabilidad, en los que resulta cada vez más complicado diferenciar a unos emperadores de otros. A partir de Graciano la dignidad de Pontifex Maximus pasa a corresponder al Papa y más tarde llega la separación de los Imperios de Oriente y Occidente, dando estos hechos paso a la decadencia más absoluta.
Últimos emperadores (Petronio Máximo-Rómulo Augusto), retratos de frente
En los años finales son frecuentes algunos retratos de frente con grandes adornos sobre la cabeza y vestiduras ostentosas y también los de perfil, aunque la decadencia los hace cada vez más iguales entre ellos y sin rasgos característicos propios.
Llegamos así al final de este breve repaso cronológico del retrato imperial y siendo conscientes de la enorme importancia del estudio numismático para conocer muchos aspectos del poder imperial romano. El retrato evoluciona en función, no sólo de los gustos del emperador, sino también de la propaganda que quiere ofrecer, de la economía del momento y de los tiempos convulsos.
La Historia se nutre de múltiples disciplinas, demasiadas como para que resulte posible conocerla en profundidad. No es tanto una mera línea temporal (como estudiábamos en el colegio) como un campo denso y pleno de conocimiento para el presente. La Numismática es una de ellas y en coleccionistasdemonedas.com estamos deseando que os apasione tanto como a nosotros.
Bibliografía
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Kiss, Zsolt (1975). L’Iconographie des princes Julio-Claudiens au temps d’Auguste et de Tibère. Varsovia
Pangerl, A. (ed.) (2017). Portraits: 500 years of Roman coin portraits = 500 Jahre römische Münzbildnisse. Múnich.
Sydenham, E. A. (1920). The Coinage of Nero. Londres.
Licenciada y Máster en Historia. Me apasiona el arte y la cultura. Soy experta en colecciones de numismática, colecciones de archivos y antigua colaboradora de la Casa de Subastas Walter Ginhart. En la actualidad soy la directora y fundadora de Arzora, Consultoría de Arte y Subastas.